7 de abril de 1917 Una gran concentración se apoderó de mí y me di cuenta de que me identificaba con una flor de cerezo; luego, a través de esta flor con todas las flores del cerezo; después, descendiendo más profundamente en la consciencia, siguiendo una corriente de fuerza azulada, me convertí de repente en el mismo cerezo, que alzaba al cielo, a modo de brazos, sus innumerables ramas cargadas de su ofrenda florida. Entonces, escuché nítidamente la frase siguiente: "Así, te has unido al alma de los cerezos y de este modo has podido constatar que es el Divino quien hace al cielo la ofrenda de esta plegaria de flores". Al escribirlo, se ha disipado todo; pero ahora la sangre del cerezo fluye por mis venas, y con ella una paz y una fuerza incomparables. ¿Qué diferencia existe entre el cuerpo humano y el cuerpo de un árbol? Ninguna en verdad, y la consciencia que los anima es idéntica. Después, el cerezo me ha susurrado al oído: "En la flor del cerezo se halla...