ESPÍRITU DE AUROVILLE
Madre, la
fundadora de Auroville, explicó y escribió muchas citas referidas a los ideales
y metas de Auroville, así como a su proyección espiritual y los métodos de
acción práctica.
Dos años
después de la Inauguración de Auroville, en 1970, antes incluso de que
comenzaran los trabajos para la construcción del Matrimandir; Satprem, un
discípulo de Madre, escribió un libro titulado “La Génesis del Superhombre”. En su capítulo 12, La Sociología del Superhombre, hemos
creído ver la esencia del espíritu de Auroville y la actitud que deben tomar
sus habitantes. Desde este punto de vista, en AVI España queremos compartir el
fragmento central de este capítulo.
Son diez o veinte, o cincuenta quizás, aquí o allí, en
esta latitud o en otra, que quieren trabajar una parcela de tierra más verdadera,
trabajar una parcela de hombre para hacer crecer en sí mismo un ser más
verdadero, crear juntos quizás un laboratorio del superhombre, poner la primera
piedra de la Ciudad de la Verdad sobre
la Tierra. Ellos no saben, ellos no saben nada, excepto que tienen necesidad de
otra cosa y que existe una Ley de Armonía, un maravilloso “algo” del Futuro que
quiere encarnarse. Y quieren encontrar las condiciones de esa encarnación,
prestarse al ensayo, ofrecer su sustancia para ese experimento de vida. No
saben nada excepto que todo debe ser diferente: en los corazones, en los
gestos, en la materia y en la manipulación de esta materia. No buscan crear una
nueva civilización, sino otro hombre; no una superciudad entre los millones de
edificios del mundo, sino un puesto de escucha para las fuerzas del futuro, un
supremo Yantra de la Verdad, un conducto, un canal para intentar capturar y asentar
en la materia una primera nota de la grandiosa Armonía, una primera señal
tangible del nuevo mundo. Ellos no se erigen como campeones de nada; ellos no son
los defensores de ninguna libertad, ni los adversarios de ninguna doctrina: simplemente
lo intentan juntos, son los campeones de su propia pequeña nota pura, que no es
la de ningún otro, y no obstante es la nota de todos. Ya no son de un país, ni
de una familia, de una religión o de un partido: toman partido de sí mismos, que
no es el de nadie más y no obstante es el partido de todo el mundo, porque lo
que se convierte en verdad en un punto, se convierte en verdad en el mundo entero
y congrega a todo el mundo, son de una familia a ser inventada, de un país aún
por nacer. No intentan corregir a otros ni a nadie, ni dispensar caridades glorificantes
sobre el mundo, ni cuidar de los pobres y los leprosos; ellos buscan curar en
sí mismos la gran pobreza de la mezquindad, el elfo gris de la miseria íntima,
conquistar en ellos mismos una pequeña parcela de verdad, un solo rayo de
armonía, pues si esa Enfermedad es curada en nuestro propio corazón o en unos
pocos corazones, el mundo será más ligero, y, por nuestra claridad, la Ley de
la Verdad penetrará mejor en la materia y resplandecerá alrededor
espontáneamente. ¿Qué liberación, qué alivio puede traerle al mundo aquel que
sufre en su propio corazón? Ellos no trabajan para sí mismos, aunque sean el
primer campo de la experiencia, sino como una ofrenda, pura y sencilla, a
aquello que no conocen realmente, pero que se vislumbra
al borde del mundo como la aurora de una nueva era. Ellos son los exploradores
del nuevo ciclo. Se han dado al futuro, en cuerpo y alma, como arrojándose al
fuego, sin mirar atrás. Ellos son los servidores del infinito en lo finito, de la
totalidad en lo ínfimo, de lo eterno en cada segundo y en cada gesto. Ellos
crean su cielo con cada paso y esculpen el nuevo mundo en la banalidad de cada
día. Y no le temen al fracaso, porque han dejado atrás los fracasos y los éxitos
de la prisión -- ellos viven en la sola infalibilidad de una pequeña nota justa.
Pero estos constructores del nuevo mundo tendrán mucho
cuidado de no levantar una nueva prisión, aunque sea una prisión ideal y bien
iluminada. De hecho, ellos comprenderán, y muy rápido, que esta Ciudad de la
Verdad no será ni podrá ser hasta que ellos mismos vivan totalmente en la
Verdad, y que este terreno a construir es ante todo el lugar de su propia
transmutación. No se engaña a la Verdad. Se puede engañar a los hombres,
realizar discursos y declaraciones de principios, pero la Verdad se burla: te
atrapa en el hecho y a cada paso te arroja la mentira a tu cara. Es un faro
despiadado, incluso si es invisible. Y es muy simple, te atrapa en cada
esquina a cada recodo, y dado que es una
Verdad en la materia, frustra tus planes, obstaculiza tu gesto, repentinamente
con una falta de materiales, una falta de obreros, una falta de recursos,
provoca una huelga, enfrenta a las personas unas con otras, siembra la
imposibilidad y el caos -- hasta que, de repente, el buscador se da cuenta que tomaba
el sendero equivocado, que levantaba la vieja falsa estructura con nuevos
ladrillos y que daba rienda a su pequeño egoísmo, su pequeña ambición o su pequeño
ideal, su estrecha idea de lo verdadero y lo bueno. Entonces, abre sus ojos,
abre sus manos, se sintoniza con la gran Ley, deja fluir el ritmo claro, claro
y transparente, maleable a la Verdad, a ese no importa qué quiere ser --
cualquier cosa mientras sea “eso”, el gesto exacto, el pensamiento preciso, el
trabajo verdadero, la verdad pura que se expresa como quiere, cuando quiere, de
la manera que quiere. Por un segundo, se abandona. Por un segundo le llama a
ese nuevo mundo -- tan nuevo que no comprende nada, pero al que quiere servir, encarnar,
hacer surgir en esta tierra rebelde y ¿qué importa lo que él piense, sienta o juzgue?,
¡oh!, ¿qué importa?, pero que sea la cosa realmente -- que sea la cosa deseada
e inevitable. Y todo se inclina hacia la luz -- en un segundo. Instantáneamente
todo se vuelve posible: los materiales llegan, los obreros, el dinero, el muro
se derrumba, y la pequeña estructura egoísta que él estaba a punto de construir,
se transforma en una posibilidad dinámica que ni siquiera sospechaba. Él repite
esta experiencia cien veces, mil veces, a cada nivel, personal y colectivo,
desde la reparación de la ventana de su dormitorio hasta el repentino millón
que viene como “caído del cielo” para construir un estadio olímpico. Nunca hay “problemas
materiales”, solamente hay problemas interiores. Y si la Verdad no está ahí,
hasta los millones se pudrirán en un rincón. Es una experiencia fabulosa a cada
minuto, una puesta a prueba de la Verdad y, más maravilloso aún, la puesta a prueba
del poder de la Verdad. Él aprende, paso a paso, a descubrir la eficacia de la Verdad,
la suprema eficacia de un pequeño segundo claro -- él entra a un mundo de
continuas pequeñas maravillas. Aprende a confiar en la Verdad, como si todos
esos golpes, fracasos, conflictos y confusión lo condujeran sabiamente,
pacientemente, pero inexorablemente a tomar la actitud correcta, a descubrir el
dispositivo verdadero, la mirada verdadera, el grito de la verdad que derriba
los muros y hace que florezcan todos los posibles en medio del imposible caos.
Es una transmutación acelerada y multiplicada tanto por la resistencia de cada
uno como por las buenas voluntades -- como si, realmente, tanto las resistencias
como las buenas voluntades, el bien como el mal, tuvieran que ser transformados
en otra cosa, en otra voluntad, una voluntad-visión de la Verdad que a cada
instante decide el gesto y el hecho. Esta es la única ley de la Ciudad del
Futuro, su único gobierno: una visión clara que sintoniza con la Armonía total,
y convierte instantáneamente a la Verdad percibida en acción. Los farsantes son
eliminados automáticamente por la presión misma de la Fuerza de Verdad,
expulsados, como peces por un exceso de oxígeno. Y si, algún día esos diez o
esos cincuenta, o esos cien pudiesen construir una sola pequeña pirámide de verdad,
en que cada piedra haya sido colocada con la nota justa, la vibración correcta,
el amor simple, la mirada clara y una llamada al futuro, en realidad la ciudad
entera será construida, porque ellos habrán construido en sí mismos el ser del
futuro. Y quizás la Tierra entera se verá transformada, porque no hay más que
un cuerpo, porque la dificultad de uno es la dificultad del mundo, esa
resistencia, esa oscuridad del otro son la resistencia y la oscuridad de todo
el mundo, y que esa insignificante pequeña iniciativa de una diminuta ciudad bajo
las estrellas puede ser la Iniciativa misma del mundo, el símbolo de su
transmutación, la alquimia de su dolor, la posibilidad de una tierra nueva por
la sola transfiguración de un rinconcito de tierra y un trocito de hombre.
Por eso es probable que por un largo tiempo esta
Ciudad en construcción sea un lugar donde las posibilidades negativas sean
exacerbadas tanto como las positivas, bajo la implacable presión del faro de la
Verdad. Y la falsedad es experta en agarrarse a los detalles insignificantes,
la resistencia a adherirse a las trivialidades insignificantes, que se
convierten en el signo mismo de la negación - la falsedad sabe cómo hacer
grandes sacrificios, puede seguir una disciplina, elogiar un ideal, acopiar
méritos y buenos tantos, pero se traiciona en lo insignificante, ese es su
último refugio. Es en la materia realmente donde se juega la partida. Esta
Ciudad del Futuro es realmente un campo de batalla, es una aventura difícil. Lo
que se decide fuera con ametralladoras, con guerrillas o con hechos grandiosos,
se decide aquí con sórdidos detalles y una invisible guerrilla de la mentira.
Pero una sola victoria ganada a un mezquino egoísmo humano está más cargada de
consecuencias para la Tierra que la remodelación de todas las fronteras de
Asia, porque esta frontera de ahí y este egoísmo de ahí son la alambrada
original que divide al mundo.
Título original: La Genèse du
Surhomme.
Satprem,
Noviembre de 1970.
Primera
edición: All India Press, Marzo 1971.
Sri Aurobindo Ashram, Pondicherry.
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