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LA PACIFICACIÓN DE LA MENTE

Los límites de la moral🌺

Existe en nuestro ser una zona que es causa de grandes dificultades y al mismo tiempo fuente de extraordinario poder. Es causa de dificultades porque enreda todas las comunicaciones que proceden de fuera o de lo alto, oponiéndose frenéticamente a nuestro esfuerzo por alcanzar el silencio mental; rebaja la consciencia al nivel de sus pequeñas ocupaciones y de sus cuidados y le impide moverse libremente hacia otras regiones. Y es una fuente de poder porque encarna el afloramiento en nosotros de gran fuerza de vida. Acabamos de referirnos a la región comprendida entre el corazón y el sexo, y que Sri Aurobindo llama el vital. Es el lugar de todas las mezclas; allí está el sufrimiento inextricablemente ligado a la alegría, el mal enlazado con el bien, y la farsa con la verdad. 

Las diversas disciplinas espirituales del mundo han encontrado allí tantas dificultades que han preferido trazar una cruz sobre ese terreno peligroso y no dejar que subsistan sino las emociones llamadas religiosas, invitando a los neófitos a desechar todo lo demás. Y parece que todo el mundo estuviese de acuerdo: la naturaleza humana no puede cambiarse. Pero esta "cirugía moral", como dice Sri Aurobindo, ofrece un doble inconveniente. Por una parte, no purifica de verdad, pues por refinadas que sean las emociones de arriba, se hallan tan mezcladas como las de abajo, por la sencilla razón de que son de índole sentimental y, por tanto, parciales; y, por otra parte, esa cirugía moral no rechaza realmente; sólo hace retroceder. 

El vital es en sí una potencia por entero independiente de los argumentos de nuestra razón o de la moral, y si se pretende dominarlo por la tiranía o por el rigor de una ascesis o de una disciplina de carácter radical, puede aprovechar un día la más pequeña oportunidad para rebelarse -y su venganza suele ser terrible- o, si nuestra voluntad es lo bastante fuerte para imponer el imperio de nuestra ley mental y moral, triunfaremos tal vez, pero agostando en nosotros la fuerza de vida; porque el vital, descontento, se declara en huelga y nosotros nos despertamos purificados del mal, es verdad, pero empobrecidos también del bien de la vida; sin color y sin olor. Por otro lado, la moral no actúa sino dentro de los límites del, mundo mental; no tiene acceso a las regiones subconscientes ni a las supraconscientes, ni funciona en la muerte ni en el sueño (éste, a pesar de todo, toma para sí uno de cada tres días de nuestra existencia, tanto que, de sesenta años de vida, tenemos derecho a cuarenta de vida moral despierta y a veinte de amoralidad; curiosa aritmética). Dicho de otra manera, la moral no sobrepasa los límites de la pequeña personalidad frontal. No es, pues, una disciplina moral y radical lo que debemos imponer a nuestro ser, sino una disciplina espiritual e integral, que respetará cada parte de nuestra naturaleza, pero liberándola de su mezcolanza; porque, a decir verdad, el mal absoluto no existe en ninguna parte; no existen sino mezclas. 

Por lo demás, el aspirante no piensa ya en términos de bien y de mal (si es que todavía "piensa"), sino en términos de exactitud y de inexactitud. Cuando el marino quiere determinar la posición de su barco, no se sirve de su amor por el mar, sino de un sextante, y se cuida de que el espejo de éste se halle bien limpio. Si nuestro espejo no está claro, nada veremos de la realidad de las cosas y de los seres, porque siempre nos encontraremos por dondequiera con la imagen de nuestras propias ideas o de nuestros temores, con el eco de nuestro propio bullicio, y no solamente en este mundo, sitio en todos los mundos, en la vigilia, en el sueño y en la muerte. Para ver es necesario dejar de formar parte del cuadro. El aspirante hará, pues, una distinción entre las cosas que enturbian su visión y las que la aclaran, y ésta será la esencia de su moral. 

El hábito de responder

Lo primero que el aspirante distinguirá en su exploración, vital es una fracción de la mente cuya única función parece ser la de dar forma (y justificación) a nuestros impulsos, a nuestros sentimientos, a nuestros deseos; a esto le llama Sri Aurobindo "mente vital". Ya hemos visto la necesidad del silencio mental; ahora extenderemos nuestra disciplina a esta capa inferior de la mente. Entonces veremos claro; sin todos sus adornos mentales, las diversas vibraciones de nuestro ser se revelarán bajo su verdadera luz y en su nivel verdadero. Y, sobre todo, las veremos llegar a nosotros. 

En esta zona de silencio que nosotros somos ya, los más leves desplazamientos de substancia (mental, vital o de otra naturaleza) actuarán sobre nosotros como señales; inmediatamente sabremos que alguna cosa ha tocado nuestra atmósfera. Tendremos entonces conocimiento espontáneo de una cantidad de vibraciones que las gentes despiden constantemente, aun sin saberlo, y sabremos de qué se trata o ante quién nos hallamos (a menudo nada tiene que ver la pulcritud exterior con esta pequeña realidad que vibra). Nuestras relaciones con el mundo exterior se volverán claras, conoceremos el porqué de nuestras simpatías, la razón de nuestras antipatías, el origen de nuestros temores y de nuestro malestar; entonces podremos poner en orden, rectificar nuestras reacciones, aceptar las vibraciones susceptibles de, ayudarnos, apartar las que nos ensombrecen, neutralizar las que tratan de dañarnos. Porque nos percataremos de un fenómeno interesante: nuestro silencio interior posee una virtud. Si en vez de responder a una vibración que llega a nosotros, nos quedamos en una inmovilidad interior absoluta, veremos que esa inmovilidad disuelve la vibración; es como si existiese en torno un campo de nieve, donde todos los golpes quedan detenidos, anulados. Podemos tomar la cólera como ejemplo; si en lugar de ponernos a vibrar interiormente al unísono con el que habla, sabemos permanecer inmóviles por dentro, veremos que la cólera del otro se disuelve poco a poco, lo mismo que una humareda. 

La Madre hacía observar que esta inmovilidad interior, o esta virtud de no responder, puede llegar a detener el brazo de un asesino, el salto de una serpiente. Mas no se trata solamente de revestirse de una impasibilidad aparente, mientras por dentro subsiste la agitación; con las vibraciones no pueden hacerse trampas y bien lo sabe la serpiente; no se trata del supuesto y común "dominio de sí mismo", que no es sino un dominio de las apariencias; se trata del verdadero, que es un dominio interior. Y este silencio puede anular cualquier vibración, por la sencilla razón de que todas las vibraciones, de cualquier naturaleza que sean, son contagiosas (las vibraciones más altas lo mismo que las más bajas; a ello se debe el hecho de que el Maestro pueda trasmitir experiencias espirituales o poderes a un discípulo) y de nosotros depende aceptar o rechazar el contagio; si sentimos temor es porque el contagio ha sido aceptado por nosotros y, por tanto, hemos aceptado también el impacto del hombre colérico o el de la serpiente; también se puede aceptar el impacto del amor; en tal sentido es ilustrativa la historia de Sri Ramakrishna: viendo a un carretero maltratar a un buey, lanzó un grito de dolor repentino, y se encontró flagelado, sangrante, con las huellas del látigo en la espalda. Lo mismo ocurre con los sufrimientos físicos: podemos dejar que nos alcance el contagio de una vibración dolorosa o circunscribir el punto y eventualmente, conforme al grado de nuestro dominio, anular el sufrimiento, es decir, desconectar la consciencia del punto enfermo.

 El silencio es, en todos los niveles, la clave del dominio, porque en el silencio distinguimos las vibraciones, y distinguirlas es aprehenderlas. Hay gran número de aplicaciones prácticas y, sobre todo, numerosas oportunidades de progresar. La vida exterior ordinaria (que no es ordinaria sino para quienes viven ordinariamente) se convierte en un inmenso campo de experiencia y de manipulación de vibraciones; a ello obedece el que Sri Aurobindo haya querido siempre que su yoga participe de la vida de todos los días. En la soledad es muy fácil vivir con la perfecta ilusión del dominio de sí mismo. Pero este poder de silencio o de inmovilidad interior tiene aplicaciones mucho más importantes; queremos referirnos a nuestra propia vida psicológica. El vital -bien lo sabemos- es la causa de no pocas miserias y perturbaciones, pero también la fuente de una fuerza extraordinaria; se trata, pues -como en la leyenda india del cisne que de la leche separaba el agua-, de extraer la fuerza vital sin sus complicaciones y sin abstraerse uno mismo de la vida. Es preciso decir que las verdaderas complicaciones no se hallan en la vida, sino en nosotros mismo, y que todas las circunstancias exteriores son la imagen de lo que nosotros somos. Ahora bien, la gran dificultad del vital consiste en que se identifica falsamente con todo cuanto parece emanar de él, y dice: "mi" pena, "mi" depresión, "mi" temperamento, "mi" deseo, y se toma por toda clase de pequeños yos que no son él. Si estamos persuadidos de que todas esas historias son nuestra historia, es evidente que no queda otro remedio que el de soportar a esa pequeña familia hasta que haya terminado su crisis. Pero si somos capaces de hacer el silencio dentro de nosotros mismos, claramente veremos que nada de ello es nuestro; todo procede de fuera, ya lo hemos dicho. Captamos siempre las mismas longitudes de onda, nos dejamos alcanzar por todos los contagios. Nos hallamos, por ejemplo, en compañía de esta o de aquella persona, y estamos inmóviles y silenciosos por dentro (lo que no nos impide hablar y actuar normalmente); de pronto sentimos, en medio de nuestra transparencia, que algo tira de nosotros o trata de penetrar en nosotros, como una presión o una vibración circundante, que puede traducirse por un malestar indefinible; si captamos la vibración, cinco minutos después estaremos luchando contra una depresión, o tendremos este deseo, o aquella inquietud; es decir, habremos contraído el contagio. Y a veces no son simples vibraciones, sino verdaderas olas las que se nos echan encima. Y para ello no es necesario hallarse acompañado; muy bien puede uno encontrarse en la soledad de los Himalayas y recibir igualmente las vibraciones del mundo. ¿Dónde está, allí adentro, "nuestra" inquietud, "nuestro" deseo, si no en el hábito de captar indefinidamente las mismas vibraciones? Mas el aspirante que ha cultivado el silencio, ya no se deja coger en esa "falsa identificación", ha acabado por descubrir en torno suyo eso que Sri Aurobindo llama el "circumconsciente", ese campo de nieve que puede ser muy luminoso y fuerte y sólido, o que puede oscurecerse, corromperse o aun disgregarse, conforme a nuestro estado interior. Es una especie de atmósfera individual o de envoltura protectora (lo bastante sensible para hacernos descubrir la proximidad de una persona o evitar un accidente en el momento mismo en que va a ocurrirnos) y es allí donde podremos sentir y atrapar las vibraciones psicológicas antes de que entren. Generalmente entran en nosotros con tanta libertad que ni siquiera las sentimos llegar; el mecanismo de apropiación y de identificación es instantáneo; pero nuestra disciplina de silencio ha creado en nosotros suficiente transparencia para que nos sea posible verlas llegar, detenerlas y luego rechazarlas. Algunas veces, cuando las hayamos rechazado, continuarán acechando alrededor del circumconsciente, * a la espera de la más pequeña oportunidad para entrar; claramente podremos sentir la cólera, el deseo, la depresión, rondar en torno de nosotros; pero a fuerza de no intervención, esas vibraciones perderán su poder y luego nos dejarán tranquilos. Nos habremos desconectado. Y un día quedaremos sorprendidos de ver que ciertas vibraciones, que parecían irresistibles, no nos tocan ya; se hallan como desposeídas de su fuerza y pasan como en una pantalla de cinematógrafo; y aún podremos ver con anticipación la pequeña treta que una vez más tratará de repetir su juego. O bien nos percataremos de que ciertos estados psicológicos se producen a una hora fija, o bien que se repiten conforme a ciertos movimientos cíclicos (esto es lo que Sri Aurobindo y la Madre llaman formaciones, es decir, una amalgama de vibraciones que por su habitual repetición han acabado por adquirir una especie de personalidad independiente) y veremos que, una vez captadas por nosotros, estas formaciones no cesarán sino hasta desarrollarse totalmente, "igual que un disco de gramófono". Y somos nosotros los que debemos decidir si "continuamos" o no. Existe un número considerable de posibles experiencias; es todo un mundo de observaciones. Pero nuestro descubrimiento esencial será el de que en todo eso muy poco hay de "nosotros" excepto un "hábito de responder". 

Mientras por ignorancia nos identifiquemos falsamente con las vibraciones vitales, es imposible realizar el más pequeño cambio en nuestra naturaleza, a no ser por amputación; pero todo puede cambiar desde el momento en que conozcamos el mecanismo, porque muy bien podremos no responder, podremos disolver por virtud del silencio las vibraciones perturbadoras y, si nos place, captar otra onda. Pese a todo cuanto se dice, la naturaleza humana puede cambiarse. Nada hay en nuestra consciencia, o en nuestra índole, que se halle fatalmente fijado; no se trata sino de un juego de fuerzas o vibraciones que por su repetición regular forman en nosotros la ilusión de una necesidad "natural". A ello se debe que el yoga de Sri Aurobindo considere "la posibilidad de un cambio completo de las reglas que de ordinario gobiernan las reacciones de la consciencia". Una vez que hayamos descubierto el mecanismo, habremos hallado al propio tiempo el verdadero método del dominio vital, que no es cirugía sino pacificación; no se reducen las dificultades vitales luchando vitalmente contra ellas -lo que no hace sino agotar nuestras energías sin agotar nunca su existencia universal-, sino neutralizándolas por medio de una paz silenciosa: "Si conseguís establecer la paz -escribía Sir Aurobindo a un discípulo-, será cosa fácil depurar el vital; si, por el contrario, no hacéis nada más sino limpiar continuamente, avanzaréis con mucha lentitud, porque el vital se contamina sin cesar y es menester limpiarlo de continuo. 

La paz es algo límpido por naturaleza, y si la establecéis en vosotros, ello será una manera positiva de alcanzar vuestro propósito. Buscar el fango solamente, y lavarlo, es un camino negativo"

Satprem🔥 

(La aventura de la consciencia)                                                                                    



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